miércoles, 25 de junio de 2014

Freedom.

Esa sensación que te llena cuando sales de tu casa sin pensar a qué hora vas a volver, ni qué tienes que hacer; cuando te tumbas en la hierba o en la arena de la playa y sencillamente te dedicas a mirar al cielo y ver las nubes moverse sin pensar en nada, sintiéndote pequeño de nuevo; cuando respiras profundamente, sin prisas y con los ojos cerrados, disfrutando de cada centímetro cúbico de aire que ni es fresco ni es puro, pero que te sienta igual de bien que el del monte más despejado; o cuando haces planes, sueñas y cumples esos sueños uno tras otro, arriesgándote, viviendo un poco más al límite; cuando olvidas lo que significa la rutina, el cansancio.
 Toda esa sensación parece que nunca llega en los peores momentos, pero que cuando la saboreas, y más si es después de no sentirla en mucho tiempo, te llena en un solo segundo desde los pies hasta la cabeza, como un hormigueo que te hace sentir viva, invencible, imparable. Esa sensación deja para el arrastre la potencia de cualquier droga por muy pura que sea, por muy fuerte que te machaque el cuerpo, porque es más adictiva, más intensa, con el único efecto secundario de la necesidad de más y más cada día, cada hora, con una terrible sensación de estar encarcelado cuando alguien te la arrebatada ya sea para tu cuerpo o para tus ideas.
Eso por lo que muchos antes han luchado, han sufrido, han batallado, porque su precio supera en miles al de la piedra más preciosa, y sin duda es el premio más grande al que cualquier hombre aspira en su vida. Eso que te hace poder decidir, poder mirarte cada día al espejo y ser quien quieres ser, donde quieres serlo y con quien quieres serlo, sin miedo. 
Esa sensación, la libertad

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