domingo, 23 de agosto de 2015

Vuela,

porque la gente va y viene y cuando se va ya nunca vuelve. Todos menos tú. Por eso te lo digo, vuela, corre, vete, sal de aquí cuantas veces quieras; porque sé que dan igual los kilómetros que te separen de la familia y tú, a estas alturas de la vida, no cabe duda de que eres parte de la mía. Y no hablo de títulos políticos ni de lazos de sangre, hablo de permanecia, de estar ahí, de quedarse, de nunca desaparecer del todo. 
Pienso en todo el tiempo que hace que nos conocemos, en lo mucho que hemos cambiado en ese tiempo, y ¿sabes? Me siento muy orgullosa de ti. Esa cabra loca que entró en clase un día con el casco de la moto bajo un brazo y la mochila en el otro; habiendo casi engañado a un colegio entero sin siquiera proponérselo. Y pensé "qué gente más rara hay en este sitio".  Y me calaste enseguida. Es gracioso porque yo por aquella época era taaaan guay que me creía todo un libro cerrado, un misterio por resolver, una incógnita. Y ale, ahí llego Aytor sabiendo más que ninguno de literatura, misterio y matemáticas y me resolvió a mí. Qué lejano queda todo eso, pero qué presente siempre.
Aquello creo que fue lo primero que tuve que agradecerte, convertirte en una constante en un mundo de variables, en alguien que se queda en la vida de una persona donde todos se van. Por supuesto no es, ni de lejos, lo único por lo que hay un sitio especial para ti. También me enseñaste que qué importaba lo que decía la gente, que iban a hablar igual, y que si tú te quedabas con las ganas de ir abrazada a un amigo por lo que pudiesen decir, seguramente lo dirían igual y tú te habrías perdido un abrazo. 
Me enseñaste a ser valiente, a no desistir, aunque sabes que siempre fui de las que tiran la toalla. Tú fuiste un ejemplo para mí de alguien que igual no siempre sabe lo que quiere, pero sabe que siempre hay que ir hacia delante. Y aún así no me dejaste atrás. Gracias.
Y por último debo agradecerte que de forma directa metieses en mi vida a quién hoy le da sentido. Aún recuerdo aquella conversación por teléfono, "ahora vengo, quédate hablando con mi primo que está aquí". En ese momento pensé, ¿qué coño? Y ahora míranos. Parte de todo eso te lo debo a ti, por hacerme de cohartada en mil ocasiones, por darme buenos consejos, por estar ahí para él. 
Gracias por todo lo hecho y por hacer, por todo lo dicho y por decir, por todos los momentos estados y por estar. Gracias por ser parte de mi vida.
Y porque te debo más de lo que jamás sabrán, te digo que vueles, que te arriesgues, porque si alguien se lo merece eres tú. Y que ojalá todo salga bien, pero si no es así, sabes que siempre, siempre, siempre podrás volver, y que este siempre, siempre, siempre será tu sitio y yo siempre, siempre, siempre seré tu hermana.


sábado, 15 de agosto de 2015

Cicatrices.

Alguien hace tiempo me dijo que las cicatrices hacen a la gente bella, que la hacen diferente, única. Yo me pasé años ocultando mis propias cicatrices, las reales y las figuradas, porque no creí a aquella persona. Pero luego me di cuenta de que la ropa sienta mucho mejor cuando se te ven las cicatrices, que las historias que vienen unidas a ellas dan para muchas cervezas con amigos contando anécdotas, y que sí, efectivamente, me hacen única.
No podría relatar todas mis cicatrices y tampoco quiero, hay algunas de las que aún no he aprendido a sentirme orgullosa, pero hay otras que sí. Para empezar, tengo una A de color rojo escarlata pegada al pecho que me hizo entender que aunque la gente dice que en el amor y la guerra todo vale, sólo es una excusa para luego juzgarte y marcarte como se marca a los animales en las granjas. También tengo una cicatriz con la forma de Australia muy cerca del alma, que me recuerda cada vez que me asomo a verla que es muy fácil soñar y que también es dulce hacerlo con quien crees que estará ahí cuando cumplas tus sueños, pero que la vida suele tener otros planes para ti y es muy difícil que los caminos no se separen. Otra de mis cicatrices es la carretera que une mi ciudad con mi hogar, y me recorre de punta a punta; con ella veo lo lejos que puede estar la gente que te importa y lo jodido que es cada centímetro, cada milímetro que te separa de tu familia. Mi siguiente cicatriz parece escrita con un bisturí formando una palabra en hawaiano que dicen, significa familia, y me avisa los días que va a llover; me recuerda que cuando se es demasiado cobarde como para dar explicaciones por miedo al rechazo, sólo se puede perder. 
Aunque las heridas que dejaron esas cicatrices dolieron como demonios, son mis cicatrices, y me gustan. Edward Manostijeras enamoró a Kim aunque estuviese cubierto de cicatrices ¿no? Yo tengo a mi versión de Kim, un hombre que ama mis cicatrices como yo le amo a él. Eso me ayudó a darme cuenta de que no puedo pasarme toda la vida ocultando mis heridas porque es inútil y sobre todo, porque sin ellas no sería yo.

sábado, 1 de agosto de 2015

Dream.

Hoy me he preguntado a mí misma por qué quiero ser escritora. Cuando llegas a cierta edad tienes que hacerte estas preguntas y sobre todo, darte a ti mismo unas respuestas. No puedes decir "quiero ser estrella del rock porque sería genial", ni "quiero ser veterinario porque me gustan los gatitos". En mi opinión, cuando dices lo que quieres ser, a qué te quieres dedicar, tiene que ser siempre algo que te llene por dentro.
A mí escribir me llena por dentro. Escribo desde que tengo uso de razón y siempre ha tenido el mismo efecto en mí. Escribiendo puedo hacer lo que yo quiera, puedo ser quién yo quiera, puedo crear a quién yo quiera. Escribo para mí y algún día espero escribir para alguien. Mi infancia empezó y terminó con J.K. Rowling,  entré en la adolescencia con Stephenie Meyer y me inspiré con Suzanne Collins, Veronica Roth, Cassandra Clare... La ciencia ficción fue siempre lo mío. Así puedo hacer lo que el mundo y la realidad no me dejan. Si quiero volar, vuelo; si quiero correr, corro; si quiero desaparecer, desaparezco. Y todo eso sin levantar la vista de mi ordenador, sin moverme de mi cama. Es la mejor sensación que jamás he experimentado. Es desesperante, es excitante, es perturbador, es intenso, es frustrante... es maravilloso.
Y pensar que algún día alguien pueda estar como he estado yo con las novelas de estas grandes mujeres, despierta hasta las tantas, con el corazón latiendo tan rápido como las alas de un colibrí, llorando sobre las paginas de un libro, quedándome sencillamente vacía cuando pasas la última página; y todo eso con algo que haya escrito yo... Sé que sólo entonces mi vida habrá llegado a su plenitud. 
No me engaño, sé que es difícil, practicamente imposible. La industria de la literatura está en la misma decadencia que el resto de las artes. Y yo no soy un genio, me estanco en el mismo proceso una y otra vez: empezar con dos líneas, y terminar ahí. O no. Quizá diez, veinte en el mejor de los casos. Y desecharlo todas las veces. Tengo carpetas en el ordenador, libretas, folios enteros llenos de intentos que nunca prosperaron. Hasta que un día -o casi siempre una noche -, algo se enciende y todo empieza a fluir. Oh, musas, qué caprichosas sois. Esas son las noches en las que mi madre se asoma y me pregunta que por qué estoy despierta al amanecer y yo le digo que no he dormido. Pero un sueño tiene eso, que muchas veces es jodido, difícil. El mío lo es. Pero es mío, es mi sueño, y tengo toda una vida para conseguirlo.