sábado, 30 de enero de 2016

03:02 AM- Bely Basarte.

Tengo la sensación de estar viviendo los mejores años de mi vida. El universo está en constante expansión, y con ello sus dimensiones. En nuestra realidad conocemos la altura, la anchura y la longitud, las tres dimensiones que, con el tiempo, dan un total de cuatro dimensiones observables. No podemos viajar en el tiempo, ya que nuestro planeta es siempre lineal y hacia delante. No lo conocemos de otra forma.
Hubo un hombre hace décadas que, tomando medidas con su telescopio, demostró que la expansión del universo es más lenta que hace mil millones de años. Esto lleva a la teoría de que la expansión no es infinita. Imagina que estiras una goma elástica y que cuando no puedes tirar más de ella, la sueltas. Esta se contrae, se comprime de nuevo. Esta es la teoría del Big Crunch, según la cual la expansión en algún momentó revertirá la marcha hasta que todos los elementos que conforman el universo y toda la materia, se compriman en una singularidad espacio-temporal. 
Lo que quiero decir con esto, amor, es que el tiempo como lo conocemos ocurrirá justo del revés, y volveremos a vivirnos. De fin a principio. De la última caricia de despedida, a la tímida primera; de la amarga soledad a la agridulce ignorancia de tu existencia; de la luz en el túnel a la oscuridad de tu cuarto; de tantas cosas que no hemos vivido aún a los que ahora llamo los mejores años de mi vida.Hay quien ofrece la teoría del universo oscilante, que dice que después del Big Crunch tendrá lugar un nuevo Big Bang . Y no sé cuántas posibilidades nos presenta la física cuántica de que todo vuelva a ocurrir según está pasando, pero de verdad espero que todas las mariposas den entonces todos los aleteos que han hecho falta para que estemos aquí, y ahora. 

domingo, 24 de enero de 2016

Elvira Sastre

Yo era una tarde de invierno,  
nostalgia y ceniza en la cama;  
los restos de un incendio provocado;  
las ruinas que quedan  
cuando un castillo es asaltado sin piedad;  
un poema cansado
en forma de papel arrugado
en la papelera de cualquier oficina gris.
Tú eras un paseo por el campo,
  un día de marzo,  
el olor a caricia
  sobre la hierba recién cortada;
  el abrazo de bienvenida
  en la terminal vacía de un aeropuerto;
 

eras la hora del recreo,  
la tarde del viernes,
  las vueltas a casa después del trabajo;
 

también eras los sábados por la noche,
el gol por la escuadra en el último minuto,
el polvo de reconciliación
de todas esas discusiones  
que en el fondo solo son excusas
para encontrar nuevas formas de quererse.
Esas eran nuestras credenciales
  mucho antes de presentarnos.
Entonces,
un día de otoño,
sin cartas y sin manga cautelosa,
  te acercaste a mí con esa ternura
que sólo tienen las personas que saben amar.  
Me lamiste la tristeza
  y nevaste sobre mi espalda tiroteada;
cosiste con la paciencia

  de quien cree lo que espera  
las costuras rotas de mi pelo,
llenaste mi almohada de buenas noches
  -y mejores sueños-
  al descansar tu cabeza sobre ella.
Empecé a acompasar mi respiración
 a tus latidos,
y la música,
  la música empezó a tener sentido.
Un tiempo después,
una mañana de esas en las que el Polo Norte  
se concentra en toda la ciudad,
te observé descansar agotada y en paz
sobre mi cama
  mientras escuchaba llover a través de la ventana.
  Y, de repente, perdí el frío.
Fue así, mirarte fue el deshielo.
Te contemplé
y vi cómo se reconstruía la primavera en mi vida.
  Las cuatro paredes de mi habitación
se abarrotaron de esas margaritas que sólo saben decir que sí.
 
Te despertaste
  y se me llenaron los ojos de pétalos.
Me miraste y te pregunté:  
¿Qué has visto tú en mí?
Entonces, con una media sonrisa, contestaste: 
Una flor en medio de un campo en ruinas

martes, 12 de enero de 2016

K.

Ayer me puse un albornoz en casa y nadie me tiró de las tiras que cuelgan del cinturón pidiéndome jugar, porque ya no estás.
Hoy tengo la mesa llena de apuntes que nadie va a esparcir sin mesura para poder dormirse encima, porque ya no estás. 
En mi armario hay un cesto medio vacío que ahora pesa menos, porque ya no estás. 
Mi ropa limpia puede quedarse durante horas sobre la cama sin que nadie quiera dormirse encima llenándola de pelos, porque ya no estás.
Hace semanas que no escucho golpecitos al otro lado de la puerta cerrada pidiéndome entrar, y luego  salir, y volver a entrar, porque ya no estás. 
En el patio de casa ahora hay más espacio sin tus cosas, porque ya no estás. 
Cuando oigo un portazo ya no me preocupo de que te hayas quedado en medio y te hayas hecho daño, porque ya no estás. 
Ahora puedo tumbarme en el sofá de casa con esa manta tan suave por encima sin que nadie termine durmiendo en mi barriga, porque ya no estás. 
Ya no tengo en el cuerpo decenas de pequeños mordiscos de cuando, nunca supe por qué, se te cruzan los cables y no quieres seguir jugando, porque ya no estás. 
Nadie desafía ya a Sole desde cualquier mesa imponiéndose como el más pequeño pero el más fuerte, porque ya no estás. 
Eva ya no te tiene miedo y ni acelera cuando pasa junto a ti, porque ya no estás. 
Ahora sólo es Taty quien reclama la atención de la gente dando con la pata en la pierna, porque ya no estás.
Pako, sencillamente te echa de menos, porque ya no estás. 
Y a mí me da miedo no superar nunca el hecho de que te apartaste antes de irte, el hecho de que tú sabías que te quedaba poco tiempo y que yo no pude hacer nada. No soporto pensar que nunca más podré hacerte de rabiar, ni que me quites más de la mitad de la cama, ni que me persigas por toda la casa para que te ponga la comida. No soporto pensar que nunca más me darás cabezazos mientras leo para que te haga caso, que nunca más sentiré tu ronroneo en mi pecho. Porque ya no estás. 
 Nunca dejaré de echarte de menos, mi pequeño Rey de Reyes.