martes, 28 de julio de 2015

Medicina sentimental.

Hay cosas, como tatuajes de juventud, que nunca se borran.
Es cierto que la pena al final desaparece, que las cosas no son tan eternas como crees y que tarde o temprano las heridas sanan. Pero también sé después de dieciocho años viendo videos de operaciones y libros de medicina en casa, que no todas las heridas sanan igual, y que a veces, las cicatrices que dejan son una viva imagen de lo que un día dolió.
Por suerte no todas son así y como dice siempre mi padre, si te curan bien las heridas no suelen dejar una marca demasiado evidente.
Pero algunas veces... el impacto es demasiado fuerte, el corte demasiado profundo, el daño demasiado grave. A veces te niegas tanto a ver la herida que cuando quieres darte cuenta no puedes salvarte. Y quedan feas cicatrices que formarán parte de ti. Serán esa historia que estás aburrido de contar como cuando ven una marca en tu piel y dicen "Ey, ¿cómo te hiciste eso?" y tú sólo sueltas el mismo discurso que llevas dando toda la vida antes de encogerte de hombros y hacer ese gesto tan típico de pasarte la mano por encima de la cicatriz. Serán eso de lo que no te sientes orgulloso ni avergonzado, porque tampoco serviría para nada, no puedes cambiarlo. Esa peculiaridad tuya que hace que quizá, seas soñador de más, o escéptico de menos, más enamoradizo, o más familiar. El problema es que para que esas cosas sean las que verdaderamente marcan un antes y un después, suelen tener como premisa ser dolorosas. Una trágica historia de pasión adolescente, una traición de un buen amigo, un fracaso, un golpe de mala suerte. 
En mi caso, la mayoría de veces que algo, o alguien, me ha hecho daño, ha sido porque tengo esa estúpida manía de darlo todo por lo que me importa. Soy de las que se da cabezazos contra los muros para derribarlos si piensa que la recompensa valdrá la pena aunque me gane algunas brechas, la que levanta el puño ante cualquier injusticia por muy irremediable que sea terminando con los nudillos pelados y la voz tomada, la que se queda la última cuando todo el mundo se ha ido y acaba hablando con el eco de quienes ya le han abandonado aunque termine enloqueciendo. Soy así, una romántica empedernida, fiel creyente de la libertad y de la vida. Una idiota intensa, vaya.  
Pero las cicatrices son tan valiosas como los buenos recuerdos. Todos le debemos al menos la mitad de lo que somos a las cosas malas que nos han pasado, y en mi caso, incluso más de la mitad. Por eso, creo que lo más lógico es aprovechar el dolor, sentirlo, experimentarlo, aprender de él las mil veces que vas a tenerlo antes de conseguir evitarlo, porque cuanto más tardes en hacerlo, más veces te pasará. Y ya sabes cómo duele. 
No sé, quizá esto sea el consejo de una adicta a los aprendizajes por la vía del dolor, la recomendación de una terrorista emocional pero creo firmemente en lo que digo. Y si es así es porque si algo me gusta de ser así es poder mirarme las cicatrices, recordar quién o qué me las produjo y simplemente reír, reír a carcajadas y pensar Qué tonta fui, y acontinuación Pero valió la pena intentarlo. Porque, sí, es cierto, siempre, siempre, siempre vale la pena intentarlo.

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