jueves, 2 de junio de 2016

Ocho meses después.

Hoy es dos de Junio. Ayer hizo ocho meses de la primera noche que pasé en el piso de estudiantes en el que he vivido este tiempo con otras dos chicas. 
La primera noche me la pasé entera llorando. Y fue difícil, porque tenía a mi hermano durmiendo a mi lado - aunque eso es otra historia-. Lloré hasta quedarme seca, me bebí una botella de agua entera y seguí llorando. Pensé que no había nada más horrible que estar ahí. Y a la mañana siguiente cuando mi hermano se fue, me senté en la cama y me sentí terriblemente sola. Sabía que la enorme mayoría de los compañeros que tuve en primero no los tendría este año, y ninguno de los que iba a tener eran con los que realmente había hecho amistad. Y me sentí perdida. Tenía que estar emocionada porque por fin iba a empezar a estudiar lo que realmente quería, pero sólo pensaba en abandonar. Tenía a mis padres, a mis amigos, a mi novio a cuarenta y cinco kilómetros y ninguno de ellos podía venir a salvarme como habían hecho hasta ahora durante toda mi vida. Aquella situación era algo de lo que no podían salvarme. 
Desde aquella mañana han pasado ocho meses. Ocho meses largos, intensos, pero ¿sabéis? también increíblemente maravillosos. Supongo que una parte de mí en aquel momento debería haberme dicho que nada era tan malo como yo lo quería ver, porque no lo era. De las dos chicas con las que iba a vivir, una era la única persona a la que realmente había considerado como amiga en todo el primer año de Universidad, y la otra chica pareció aceptarme como una más desde el primer momento y creedme, no suelo ser fácil de aceptar ni de conocer. En clase las cosas tampoco eran tan horribles. Es cierto que no me sabía el nombre de nadie, que pretendía sentarme en una esquina y que nadie me mirara hasta que nos graduáramos, pero tampoco estaba sola. Tenía a mi lado a una persona -que luego han resultado ser dos, dos tréboles de cuatro hojas - en mi misma situación. 
Con el tiempo me dije "vale Cande, tiene toda la pinta de que vas a sobrevivir a este año". Tenía pensado hacer eso, sobrevivir, pero he terminado viviendo, y no sólo eso, sino que además he vivido uno de los mejores años de mi vida. 
Ahora me doy cuenta de que no estaba alejándome de mi familia, estaba ganando otra. Otra con la que acurrucarme bajo dos mantas frente a la tele para ver todas las noches pasapalabra. De las que esperan a que todas tengamos hambre para cenar juntas, o de las que te dicen lindezas tipo "no eres más tonta porque no eres más grande" cuando se te ocurren cosas estúpidas y las sueltas por la boca sin ningún filtro, porque sabes que te van a querer igual. Una familia con la que cantar las canciones de Disney, y de High School Musical a todo volumen hasta las dos de la mañana. Una familia fundamentada en vasos de leche antes de acostarnos y de estar ahí, simplemente estar ahí cuando haga falta. 
Y en clase, en clase no podía estar mas equivocada cuando pensé que sería un año duro. Está claro que he tenido que estudiar y que salir a las nueve menos cuarto de la noche no es sencillo para nadie. Pero todo es mejor cuando tienes a alguien al lado que cada diez minutos te mira y te dice "tengo pipí", o te pregunta si hay que ir al cole. Alguien que a priori parecía esa persona con la que te haces amiga simplemente porque la conocías de antes y es mejor que estar sola, pero que resulta ser posiblemente una de las personas con las que más cosas en común tienes - tantas que incluso asusten de vez en cuando -, alguien a quien buscas cuando tienes una buena noticia, y a quien necesitas cuando tienes una mala. Y no creáis que esa era la única buena cosa que me iba a traer este año. Ya de últimas, después de que durante casi la mitad del curso pareciese estar más en otro mundo que en este, después de darme cuenta de que de tímida y callada tenía tan poco como yo, terminamos siendo un equipo de tres. Un equipo de quejas, de audios de minuto y medio, y de estudios en común. Un equipo efectivo - a veces-. 
Por supuesto no puedo olvidarme de que todo esto está pasando porque estoy estudiando una carrera. No una cualquiera, la carrera de mi vida. Supe que era así la primera vez que me vi locutando una noticia, la primera vez que escribí un titular, la primera vez que me enfocaron con una cámara. Sabía que quería ser periodista algún día desde que tengo uso de razón, pero desde hace ocho meses, sé que debo ser periodista, que cualquier otra cosa no sería capaz de hacerme así de feliz. Sé que este es mi sitio. 
Y claro que en todo este tiempo he faltado a clase para venirme antes a casa, he echado muchísimo de menos y he tenido días durísimos, pero todo, todo se hace más fácil cuando la gente a la que extrañas te dice que tú puedes, que están orgullosos de lo que estás haciendo, y se desviven porque disfrutes de cada segundo que pasas con ellos. Eso también me ha enseñado a valorar el tiempo y los esfuerzos que se hacen a mi alrededor para que pueda seguir hacia delante. 
Hace ocho meses creí que el mundo se me estaba viniendo abajo, creía que todo se estaba derrumbando. El suelo temblaba bajo mis pies. Lo que no sabía, es que lo único que estaba pasando es que se estaban construyendo grandes cosas ante mí, y que todas las grandes construcciones, requieren algún socabón.

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