Y entonces sucede. Todo acaba y empieza de nuevo.
Empiezas a tener horas huecas que antes llenabas con algo que ya no
tienes. Y duele. Empiezas a tener sensación de caer al vacío porque ya
no te sostienen. Y qué vértigo. Empieza a costarte respirar porque el
aire ya no huele como antes. Y qué soso parece el mundo.
Y
llega la pena. Se te agarra al corazón con sus púas de nostalgia,
haciéndote pensar que nada ni nadie será capaz de arracártela. Tu
memoria te juega una mala pasada y todo está vivo, como si estuviese
pasando en ese instante. Cada rincón, cada calle. Y como dijo aquella
canción, "el dolor al final uno lo acurruca". Ahora sólo estás tú y tu
dolor, y tu pena, y con tu nostalgia formáis un cuarteto indestructible.
Ellos porque son duros como piedras, y tú porque ya estás rota.
Pero
un día, sin previo aviso y sin pensar, quizá un martes trece, un
catorce de febrero, un día de reyes, o un Lunes cualquiera, te das
cuenta de que los recuerdos se están marchitando. Como esa flor que
dejas de ver durante días y que guardas en tu mente viva y roja hasta
que vuelves a encontrártela y sólo ves un mustio tallo. Y ya no te
cuesta tanto andar, porque la nostaliga ya se ha ido, ya no quieres
volver al pasado; ya no sientes pena porque ahora estás mejor; y ya no
duele, ya te has curado. Y sin darte cuenta has pasado página. Lo que
creías que sería siempre parte de ti como ese estúpido tatuaje que te
hiciste con quince años sin permiso, se ha ido. Sigue presente, porque
eres quien eres y eres como eres porque aquel día dijiste "adiós", o te
lo dijeron a ti, y tomaste otro camino. Pero ya no duele, ya has
olvidado, ya has pasado página, y ya no duele, ya no sientes vértigo, el
mundo ya no parece tan soso.
Y piensas, ¿y si volvemos a empezar, qué tal?. Y te ríes. Te ríes de ti misma, y qué sano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario